Empezar D.0

una nueva vida, un cambio radical, un sueño cumplido, tu lugar en el mundo...

Un lugar en el mundo


La búsqueda está estrechamente ligada con el compromiso. Cuando se encuentra el lugar, a veces de manera fortuita, la implicación y la entrega surgen como consecuencia de un encaje de piezas que no siempre es fácil que se dé a la primera. Esta deliciosa película de Adolfo Aristarain totalmente atemporal nos acerca a las vidas de personas que transforman y mejoran el lugar que les acoge y que a la vez les nutre y llena.

Ambientado en un particular momento de la historia argentina, este bello y complejo filme narra la historia de Ernesto, un niño cuyos idealistas padres (un profesor y una doctora) han elegido enterrarse en la provincia, dando educación y salud a los necesitados de la región. Su opción de vida tiene fuertes raíces políticas, como lo entiende Hans, un geólogo cuya misión en la zona podría ser catastrófica para el proyecto de vida de la pareja.

La película que rescatamos hoy de un olvido inmerecido (nunca suele aparecer en listas, muchos ni siquiera la han visto…) merece la pena por diversos motivos. No sólo porque en su día se llevara la concha de oro del festival de San Sebastián, ni porque, por una vez, crítica y público se pusieran de acuerdo en escogerla. Si a todo esto le añadimos una interpretación excelente (Federico Luppi, José Sacristán, Cecilia Roth…), una buena historia, y una dirección magistral (al menos eso dicen los entendidos), y si le sumamos el interés que tiene la película como retrato de una forma de vida, como expresión de una crítica social más que necesaria, pues tenemos todos los ingredientes para incluirla entre las películas que dan que pensar, que interpelan al espectador después de haberlas visto, y que nos pueden abrir a un nuevo terreno de análisis y reflexión sobre la realidad. Una película con potencial educativo y filosófico.
[texto extraído de aquí]

Ella estaba en el horizonte.
Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.
Camino dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la Utopía?
Para eso sirve: para caminar.

Eduardo Galeano


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